miedo a cambiar

- Y eso fue lo que pasó. Nada más. Cuando no hay nada de qué hablar, las cosas se acaban. Por mucho amor que haya. Si no hay nada de qué hablar: fin.

- ¿Y por qué sigues teniendo la foto en la estantería?
- Por el paisaje de detrás. Además, como no mira a cámara, me duele menos. Si lo pienso bien, esa foto refleja exactamente lo que fue para mí: alguien rodeado de luz que nunca me miró a los ojos.
- Yo no podría tener una foto de mi ex.
- Lo entiendo. Yo apenas la miro. De hecho, no sabía a qué foto te referías.
- ¿Y ese póster?
- Es de una peli, antigua. Napoleón, de Abel Gance.
- ¿Está bien?
- No lo sé, no la he visto. Me compré el dvd hace años pero no la he visto.
- ¿Y por qué tienes el póster?
- Porque me gusta la imagen y lo que he leído de ella.
- ¿No te dan ganas de verla, viendo el póster cada día cuando te levantas?
- No. Y si te digo la verdad, creo que no la voy a ver nunca.
- ¿Por qué?
- Mira, coge el dvd y lee la contraportada.
- A ver.
- Lee, lee en voz alta. Me gusta leer de vez en cuando esa contraportada. Léela, por favor.
- Está bien. El estreno se hizo en la Ópera de París el 7 de abril de 1927 y fue un film tan revolucionario como su protagonista. El Napoleón de Abel Gance contenía tantos avances visuales que nunca ha sido sobrepasado por ninguna otra película. Su clímax se presentaba en un sistema de tres pantallas llamado Polyvision, una innovación técnica que se avanzaba treinta años a lo que hoy conocemos por formato Widescreen. ¿Sigo?
- Sí, sí, hasta el final.
- Abel Gance explicaría que al final del film, el público se puso de pie extasiado. "Conocí a un banquero en la salida que me contó que una mujer se tiró a sus brazos y, abrazándole, dijo: Es demasiado bonito para expresarlo en palabras. Tengo que besar a alguien. Entre el público se encontraba un joven oficial llamado Charles de Gaulle junto a su amigo André Malraux. Ninguno de ellos olvidó la película.
-¿Qué te ha parecido?
- Quiero verla. Ya.
- Llévatela, ya me la traerás.
- Pero, no entiendo por qué no la quieres ver tú.
- Mira, hay cosas que deben permanecer tal como están.
- Sigo sin entenderte.
- Quiero decir que no veo la película por miedo a que me defraude. Y no la veré por eso mismo.
- Me estás diciendo que no quieres ver una película...
- Por miedo a que no me guste, sí.
- No tiene mucho sentido, ¿no crees?
- No lo sé. Si lo piensas mucho, cualquier cosa no tiene mucho sentido. Lo ideal es no pensárselo mucho. Yo no pienso mucho las cosas, ya lo sabes, e incluso así no les veo sentido. Pero es que si me las pensase mucho, les vería menos y sería peor. Así que simplemente decido que no veré esta película por miedo a que me defraude. Simplemente eso. No podría explicarte lo feliz que soy cada vez que leo esa contraportada que acabas de leer. No podría explicarte lo que siento cada vez que la leo y me imagino a aquella gente, lo que sintieron al ver esta película, me imagino lo que sintieron, los puedo oír gritar de júbilo al terminar la proyección. Y eso, es verdad, me tendría que animar a ver la película. Pero no. Ya te dije, prefiero que algunas cosas permanezcan como están. Quiero sentirme igual siempre que lea esta contraportada. Así que la única manera es no ver la película. Una vez la vea, esas palabras ya no significarán lo mismo, lo que querrá decir que yo ya no seré el mismo. Tengo miedo a cambiar. Creo que es sólo eso.
- Quizá tienes razón. De todas formas, me la llevo, te la traigo la semana que viene. El sábado me pasaré por aquí.
- Está bien. Pero, ¿estás segura?
- ¿De qué?
- De que quieres ver la película.
- Sí, claro que la quiero ver.
- Piénsatelo bien.

2 comentarios:

NeoPoeta dijo...

Vaya...

Que sorpresa encontrar esta web. Me encanta.

Felicidades por tu relato, Diego, es Fantástico, en mayúsculas.

Más o menos, supongo que como la pel·lícula de Napoleón :)

diego dijo...

neopoeta: gracias.

No creo que sea tan bueno como la película, aunque no lo sabré nunca ;)

Un saludo.