espacio triangular

Estaba tumbado en el sofá cuando sonó el teléfono.
Era Harold.
Me decía que Grace había tenido un accidente.

Hacía muchos años que no veía a Grace y no sé por qué Harold me propuso ir a verla al hospital.
Me pasó a buscar a las cinco de esa misma tarde.
Harold conducía la vieja furgoneta de su padre.
Era una furgoneta blanca con algunos golpes y la pintura desconchada.
El suelo estaba lleno de facturas y recibos, papeles arrugados. La parte trasera estaba completamente vacía, no tenía ni siquiera una capa de pintura, y recordaba el interior de una ballena, si eso es algo que se pueda recordar.
-¿Ha sido grave?- le pregunté.
- Ha sido muy grave- me respondió Harold sin quitar la vista de la carretera.
No quise saber nada más y los dos permanecimos en silencio el resto del trayecto.

Una vez en el hospital, nos hicieron esperar en una sala.
Harold no se quiso sentar, encendía un cigarrillo tras otro y se tocaba el pelo, como si quisiera peinarlo de alguna forma extraña.
Lo estuve observando, caminaba de aquí para allá. Entonces le dije:
- ¿Por qué me has llamado a mí? Yo hacía mucho tiempo que no la veía.
- No sé, tío, has sido el primero que me has venido a la cabeza, lo siento- me respondió.
- Tranquilo, no me importa. Aunque creo que será un poco raro. Creo que no nos vemos desde el colegio.
- El colegio- musitó Harold, y encendió un nuevo cigarrillo.

Al cabo de un rato, apareció una enfermera que nos indicó la habitación.
Le cedí el paso a Harold antes de entrar.
Allí estaba Grace, o cualquier otra persona. Una venda le cubría totalmente la cara. Su cabeza era una bola envuelta en vendas y gasas. Podías adivinar dónde se encontraban los ojos por el ligero hueco que se observaba en la tela. Continué mirando a aquella persona y busqué sus manos, pero los brazos se detenían justo cuando llegaban a los codos, como si el resto todavía estuviera por salir.
Sentado en una silla, al lado de Grace, un hombre mayor miraba al infinito. Supuse que era su padre.
Llevaba una camisa de franela y unos pantalones de pana que le venían grandes. En los pies, unas zapatillas de estar por casa. No nos miró cuando entramos ni cuando Harold empezó a hablar.
- Hola Grace. Hemos venido a verte. Howard y yo. ¿Te acuerdas de Howard? Pues está aquí, a mi lado. Dile algo, Howard.
Aunque me sentí bastante incómodo, saludé a Grace lo mejor que pude y le deseé una pronta recuperación.
El hombre de la camisa de franela seguía inmóvil. Me acerqué a él y le tendí la mano.
- Somos amigos de Grace- le dije.
El hombre me miró, se levantó y me tendió la mano. Lo hizo todo tan lento que por un momento me imaginé debajo del agua.
- Un placer- consiguió decir. Y se volvió a sentar.

Estuvimos unos minutos más allí, delante de Grace, mirando el cuentagotas del suero.
Luego nos despedimos de ella acariciando la sábana y salimos de la habitación.

En el camino de vuelta a casa ninguno de los dos dijo nada.

Cuando Harold me dejó, empezaba a oscurecer y unas nubes negras y gigantes avanzaban por toda la costa hacia el sur.
Me quedé un rato mirándolas, allí, en el portal de casa.

Pensé en Grace y me vino a la memoria una tarde, a la hora de la salida, cuando nos escondimos de nuestras madres en el hueco de la escalera.
Grace y yo acurrucados en ese espacio triangular, su respiración en mi mejilla y ese olor a champú y a goma de borrar.
Grace y yo acurrucados escondiéndonos de nuestras madres, riendo en voz baja.
Al final creo que fue el conserje quien nos descubrió.
Luego Grace y yo saliendo al encuentro de nuestras madres asustadas.
Y luego Grace lanzándome un beso desde la ventanilla del coche.

Entré en casa, fui a la habitación y me descalcé.

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