Los demonios de Gilles Villard.

Chapuza de Teatro en Tres Escenas.

(Todas y cada una de las palabras y escenas de este relato son fruto de la inventiva)
(Basado en hechos reales, como las "mejores" películas de sobremesa)



Personajes:

Grigori RASPÚTIN.
Félix YUSUPOV. Príncipe ruso.
Dimitri ROMANOV. El Gran Duque, primo del zar.
Oswald RAYNER. Extranjero.
Piotr Stephanovich RIABOVSKI. Tabernero.
SONIA Petróvna Riabovski. Camarera.
Fiódor MUSHKIN. Príncipe ruso.
GILLES Villard. Noble ruso de origen francés.
LUZHIN. sirviente de GILLES.
Joseph SCHMIDT. Extranjero.




Escena I. La fiesta


PARTE I:

Noche del 29 de diciembre de 1916, en la sala privada de una taberna situada cerca del río Nevà, Petrogrado (actual San Petersburgo). Los comensales comen y beben armando jaleo. En una parte de la mesa están juntos GILLES, MUSHKIN y SCHMIDT. En la otra ROMANOV habla a RAYNER en voz baja. YUSUPOV está con junto al Gran Duque, pero se mantiene un poco al margen, responde con monosílabos cuando le preguntan y no deja de mirar a RASPÚTIN ni por un momento, mientras su mano derecha busca inconscientemente el cuello de la camisa que parece apretarle más de la cuenta. RASPÚTIN está situado entre los dos grupos, dice algo aquí y allá y, sobre todo, no para de dirigirse a SONIA. La joven va y viene abasteciendo a la mesa con todo tipo de comidas. Parece estar enferma y no responde a la locuacidad de RASPÚTIN. Apenas es capaz de articular una sola palabra.
Ambos extranjeros, en sus respectivos grupos, guardan absoluto silencio.


GILLES. (dirigiéndose a sus dos interlocutores.) ¡Mirad! Ahí sentado, aparte... completamente embelesado por el retrato (risas). ¡Eh! Luzhin. ¡Luzhin!
LUZHIN. (desconcertado) Sí, señor. ¿Desea algo de mí?
GILLES. Vaya, chico. Estabas empezando a preocuparnos. Te has pasado toda la noche mirando ese retrato de Napoleón. No has hecho otra cosa. (burlón.) Dime, ¿qué te ocurre?
LUZHIN. (avergonzado) No ocurre nada, señor. Como no me ha requerido, yo...
GILLES. Y aunque te hubiera requerido... aunque te hubiera requerido... Estabas embobado, estabas en otro mundo (alarga la mano de manera despreciativa.) Yo diré que te ocurre. Lo sé muy bien (volviéndose de nuevo hacia MUSHKIN). Mi sirviente, Luzhin, de familia honrada aunque sujeta a una pobreza casi insultante, sufre por esa imagen lo que ya han sufrido muchos antes que él. Sí, no puede ser otra cosa.
MUSHKIN (fascinado). ¿Sabe usted también lo que le ocurre a su criado?
GILLES. Hasta el último pensamiento. Puede apostar por ello.
MUSHKIN. ¿Y de qué se trata si se puede saber?
GILLES. Pues es muy simple. Se trata simplemente de la admiración por uno de esos típicos hombres extraordinarios.
MUSHKIN. ¿Por un hombre extraordinario? ¿Admiración? ¿Como un personaje de Dostoievski? ¿Cómo Julián Sorel de Stendhal?
GILLES. Exactamente. Es usted culto, Mushkin. Es innegable. Muy culto. No debería de olvidarlo porque yo podría hablar a la ligera y entonces las preguntas que recibiera, como la que usted acaba de hacer, me dejarían en mal lugar. Por suerte, yo nunca hablo por hablar. ¡O casi nunca! (pensativo, tras una pausa.) En este caso, es justamente eso... lo que dice usted. Sí, más o menos es eso. Sólo que Luzhin es demasiado insignificante como para que sus ideas sean algo que uno tenga que tener en cuenta. Además, esa pasión no es más que pura ignorancia. Ellos no conocen prácticamente nada y, por lo tanto, basan su experiencia vital en viejas supersticiones, en mitos... Napoleón no deja de ser un mito por mucho que fuera un personaje histórico. Por mucho que aún estuviera vivo hace menos de setenta años... (MUSHKIN, extrañado, arquea las cejas) La gente como Luzhin son incapaces de ver al hombre que había detrás de ese posado majestuoso de los retratos. Con la mano metida siempre en la chaqueta... ¡Par Dieu! Son incapaces de ver más allá de sus logros y de las leyendas que no son más que pura inventiva. Y, al fin y al cabo, incapaces de ver los demonios que ese hombre, por muy emperador que fuera, llevaba dentro de sí como hombre que era. Sólo nosotros, los hombres de cierta educación, como usted y yo, sabemos advertir ese tipo de complejidades y sutilezas.

(MUSHKIN frunce el ceño.)

GILLES. Pero, me preguntaba ahora mismo, ¿qué hace un retrato de Napoleón en esta taberna rusa? ¡Par Dieu! ¡Riabovski! ¡Ven aquí, enseguida!

(entra RIABOVSKI procedente de la cocina)

RIABOVSKI. ¿Desea algo señor?
GILLES. Nada importante. Simplemente quiero que me expliques qué hace un retrato de Napoleón en esta taberna. En esta auténtica taberna rusa.
RIABOVSKI (amilanado.) Señor...
GILLES. ¡Hable! Esto es una fiesta y no es momento para el recato.
RIABOVSKI. Verá, señor, ese retrato lo trajo usted mismo.
GILLES. ¿De verás?
RIABOVSKI. Sin duda, señor.
GILLES. ¡Ja! ¿Seguro que no te estás confundiendo a causa de mi origen francés?
RIABOVSKI. No, no, señor. Lo trajo usted. Hace tan sólo dos días. Me acuerdo bien porque usted dijo "sin escenario no hay función". Y yo por entonces no lo entendí y no lo entiendo ahora.
GILLES. ¡Ja! ¿De verdad dije eso?
LUZHIN. El tabernero tiene razón, señor. Ese cuadro es de usted.
GILLES. Pero bueno... ¿ya has despertado, Luzhin?

(LUZHIN le lanza a GILLES una mirada fulminante, pero este no se da cuenta, se ha levantado y, ahora, ante el cuadro, observa pensativo.)

GILLES. Sí, mi criado y el tabernero tienen razón. (suspira profundamente. Sin inmutarse coge el cuadro con ambas manos, lo arranca de la pared y con la rodilla lo parte en dos.) C'est fini. Sí... de eso se trata, Mushkin... c'est tout, un mythe, une superstition...

(GILLES vuelve a sentarse. LUZHIN, visiblemente alterado, baja la vista al suelo. En su lado de la mesa, RASPÚTIN, ha observado la escena con atención, atusándose el fin de su larga barba tal y como acostumbra.)

GILLES: A ver si con eso ayudo a educar al pueblo. Estamos ya en el siglo veinte y el pueblo ruso deberían aprender algo de mi nación de origen. Deberían aprender algo de Stendhal. ¡Es cuestión de dignidad! ¿No es así príncipe? (mirando de soslayo a LUZHIN.) ¡Los demonios, Luzhin! Recuerda bien esto. ¡Los demonios!
MUSHKIN. Creo que usted ha sido demasiado exagerado. A su criado le gustaba ese cuadro. Simplemente, le gustaba.
GILLES. (sin prestar atención a MUSHKIN.) ¡Luzhin! Sal de aquí. Espérame fuera hasta que se acabe la fiesta.

(Luzhin no se mueve.)

RASPÚTIN. (antes de que GILLES ponga de vuelta y media a su criado. Con asombrosa delicadeza.) ¡Luzhin! Ven aquí, por favor.

(LUZHIN camina hasta RASPÚTIN que le susurra algo al oído. LUZHIN sale. Tras él también sale RIABOVSKI. YUSUPOV, asqueado, se ajusta el cuello de la camisa por enésima vez. GILLES, satisfecho, se acomoda en su asiento.)

MUSHKIN. Espero que no le haya molestado mi comentario delante de Luzhin.
GILLES (volviéndose con una sonrisa en los labios hacia MUSHKIN.) No, no... no pasa nada, príncipe. Todo va como la seda...

YUSUPOV (se levanta al fin. Desabrido.) Bueno, bueno... basta, basta. (levantando el tono de voz inopinadamente) ¡Basta! ¡Silencio!

(todos callan menos RASPÚTIN que musita algo al oído de SONIA. La joven, blanca como un cadáver, no responde.)

YUSUPOV. Por favor, señor RASPÚTIN. (casi rabioso.) Requiero también su atención. Esto no es más que un homenaje... (balbuceando.) Usted, es una persona importante... influyente...
ROMANOV. (mascullando asqueado) Que se lo digan a mi familia...
YUSUPOV. (desquiciado) ¡Shhh! Ahora no, señor mío. Duque, ahora no. No es el momento. No tenemos ninguna intención de sacara viejas rencillas, estamos aquí para...
ROMANOV. ¿Viejas? ¡Bah! (en voz alta.) Al grano, Yusupov. Al grano.
YUSUPOV. Sí, Duque. Usted como siempre tan... diligente. Pues bien, antes de los postres y la bebida voy a... dar... un pequeño discurso en honor de ese hombre (señalando a RASPÚTIN).
RASPÚTIN. (envía a SONIA a la cocina y mira con malicia a YUSUPOV). Usted sabe perfectamente que yo no soy más que un invitado. (mirando a lado y lado, a cada una de las caras de los hombres que se sientan a la mesa.) Esto no estaba tan planeado como algunos de nuestros queridos comensales creen saber.
YUSUPOV. (matando una sonrisa en sus labios.) Es usted un zorro muy astuto...
MUSHKIN. (inocente.) Astuto, sí. Es un hombre de talento, aunque el pueblo le llame de forma completamente desafortunada...
RASPÚTIN (girándose con expresión bondadosa hacia los ojos azules de Mushkin.) El Monje Loco. Así me llaman, mi querido príncipe Mushkin.
ROMANOV. (en voz baja) Por algo será...
RASPÚTIN. El Gran Duque, mi estimado Dimitri Pavlovich Romanov, sí es un hombre de talento, además de un magnífico deportista... Por lo que si tiene que decir algo, será un placer que lo diga para toda la mesa. No sólo para nuestro invitado inglés, el señor Rayner, que se sienta a su vera.
ROMANOV. No decía nada que pudiera interesar a esta mesa. Sólo le explicaba a nuestro invitado... el señor Rayner, como muy bien ha dicho usted, algunas de las costumbres rusas.
RASPÚTIN. Ah, ¿sí? Excelente.
GILLES. (fingiendo sorpresa) Un momento, señores... ¿cómo ha sabido el señor Raspútin que el señor Rayner es inglés? ¿Y su nombre? Ellos dos ni siquiera se han presentado.

(RAYNER no parece estar escuchando la conversación, centra toda su atención en SCHMIDT.)

RASPÚTIN. Yo sé quién es el señor Rayner. Con eso basta. Hoy es un día para ser sinceros. Hoy, sólo por hoy, dejen de buscar el mito donde no lo hay. Estaré encantado de participar en esta pantomima, siempre que no se vuelva demasiado burda.
YUSUPOV. ¿Burda? Es usted un...
RASPÚTIN. Yo sólo aviso.
MUSHKIN. No entiendo nada.
ROMANOV. Ni falta que hace.
RASPÚTIN. Falta hace. Seguro. No se puede huir de la verdad, ¿no creen? Pero, puede estar tranquilo, querido Príncipe Mushkin, gran príncipe ruso, usted acabará descubriéndolo todo, esta misma noche, sin necesidad de indagación alguna. Sólo tiene que esperar.
MUSHKIN. Espero entonces.
YUSUPOV. (exasperado.) Señores, señores... no nos vayamos por las ramas. Por favor, por favor... Se me ha interrumpido en mi discurso. Usted, Raspútin, usted es... usted es... es un gran hombre. Nadie lo llegará a entender como yo. (casi feroz.) ¡Nadie! Lo supe desde...
RAYNER. (se levanta inesperadamente, sin poder controlarse. Dirigiéndose a SCHIMDT.) ¡Basta! ¡Basta! Lo suyo sí que es una burda pantomima. ¿Qué hace usted aquí, Schmidt? (dándose cuenta de que ha vuelto a interrumpir a YUSUPOV). Lo siento. Pero no puedo aguantar más la mirada de ese intruso. De ese... de ese... ESPÍA ALEMÁN.

(La sorpresa en la sala es mayúscula.)

No hay comentarios: