Blanco.

— ¿Y este qué color es? —pregunta la madre.
— VERDE —dice el niño.
o
— Velde —cuando es pequeño como un chino.


— ¿Y este? —sigue la madre.
— AZUL —dice el niño.
o
— Azú —cuando es pequeño y suelta el berrido.


Y así la madre señala miles y miles de objetos para que el niño practique los colores. Aquello era fácil. Me doy cuenta después de muchos años. Luego las preguntas se complican demasiado, tanto que casi nunca hay respuestas para nada. Menos para aquellas preguntas cuya respuesta es un simple: Porque sí. Como cuando era niño: "Pero mamá, ¿por qué tengo que limpiarme los dientes dos veces al día?". "Porque sí".
Yo acertaba siempre el color. Tampoco era muy complicado si tenemos en cuenta que había pocas posibles respuestas. A saber:

1. NEGRO
2. BLANCO
3. ROJO
4. AMARILLO
5. AZUL
6. NARANJA
7. ROJO
8. VERDE

A veces GRIS, pero sólo a veces. Mi madre preguntaba poco por el GRIS. Creo que casi nunca. Las posibles respuestas eran pocas. He escrito dos veces ROJO para que la lista tuviera ocho elementos. El ocho es mi número de la suerte y que sea mi número de la suerte depende de que salga más o menos. A mí me sale siempre. Siempre. Aunque salga haciendo trampas. Eso no importa, si no piensas demasiado en ello. Como pasa con todo. Pienso, luego, empiezo a morir más deprisa. Es el estrés, dicen los científicos.
También sale el ocho en la siguiente lista:

1. Mi último coche.
2. Mi mujer.
3. Mi hijo.
4. Mi madre.
5. Mi padre.
6. Mi primer coche.
7. Mi perro Yo-yo.
8. Mi amigo T.

De mi último coche queda con bastante claridad de formas el GRIS de la acera, el NEGRO claro del chasis, el NEGRO oscuro de la carretera y el AZUL desteñido, casi BLANCO, del cielo. Después solo queda el ROJO oscilante que se come al NEGRO claro. El ROJO oscilante que yo mismo busqué, que casi me mata y que ahora solo me reporta dolor físico.

¿Por qué? Porque sí.

De mi mujer el VERDE de la cama, el BLANCO inmaculado del fondo, el MARRÓN de su pelo y el NEGRO que la comía por dentro. Y sus labios. Sus labios ROJOS que ahora sólo me reportan dolor.

¿Por qué? Porque sí.

De mi padre queda el AZUL de su mono de trabajo. Y sus severas cejas, NEGRAS, muy NEGRAS.
De mi madre el BLANCO de su sonrisa.
Del hijo que nunca tuve, ningún color. La NADA. La NADA más absoluta.
De mi primer coche el VERDE. Poca forma ya, sólo color. El BLANCO de los faros, el NEGRO de las ruedas y el NARANJA de la camiseta que se sacó VIOLETA en el asiento NEGRO de atrás. Sus pechos, ROSAS. Mierda. El ROSA. Y, ¡mierda! El VIOLETA. Da igual, para mi siguen siendo ocho. Lo siguen siendo si no pienso demasiado en ello. Como todo.
De Yo-yo, una mancha pequeña MARRÓN sobre una mancha grande de color VERDE. ¿Era un prado?
De mi amigo T su chaleco AMARILLO y el ROJO en su mano, aquella vez que tiramos petardos. Petardos MARRONES. No BLANCOS, como los que me he tragado hace unos minutos. De pequeño si algo te gusta, quieres mucho, nunca poco. Lo gastas al máximo. El doctor me vio triste y me dijo: tómate esto, poco. Y yo dije en casa: mucho.
Nunca crecí, sigo siendo un niño.

A los cuatro años ya sabía decir el color de cualquier cosa que mi madre pudiera señalar. Siempre que la respuesta estuviera entre las ocho que he dado anteriormente. Quizás por esta razón ahora no sé distinguir más que esos colores. No sé ninguno más. Sabía el TURQUESA, pero el otro día me demostraron que estaba equivocado. Señalé algo y dije: TURQUESA. El que me llevaba en brazos gritó: "Eso no es TURQUESA, chiflado. NEGRO de mierda, ¡sal de aquí!". Entonces me lanzó por los aires y el golpe contra el suelo me hizo un daño terrible. Casi tanto como el descubrir que estaba engañado acerca del color TURQUESA. En ese momento sólo veía un semáforo. ROJO, VERDE, ROJO, VERDE, ROJO, VERDE... me hubiera pasado la vida encerrado entre esos dos colores... por mucho que de fondo alguien chillara desquiciado: ¡NEGRO de mierda! ¡Chiflado!
Yo no soy NEGRO, soy BLANCO tirando a MARRÓN. No tengo nada en contra de los hombres de color NEGRO, sólo que... yo no soy NEGRO. ¿Podía saber aquel hombre qué color era el TURQUESA sin saber diferencia el NEGRO de un BLANCO que tira a MARRÓN? No sé. Aún así, parecía un buen hombre. Llevaba puesto un espléndido traje AZUL. Seguro que tenía razón.
La culpa es mía. ¿Quién me mandó señalar? Que señale el que sepa de colores. Yo me callo. Con mis ocho colores tengo bastante.

Tuve ocho cosas. Ahora solo tengo ocho colores. ¿Por qué? Porque sí.

No quiero que mis ojos se cierren, pero se cierran solos. Un petardo BLANCO más o menos, ¿que más dará? Me he tomado ocho. "Mucho" diría el doctor. Y yo: Doctor, el ocho es mi número de la suerte. ¿Por qué? Porque sí. Más BLANCO. Intento pensar, pero hace rato que no puedo, que pienso lento. ¡Más BLANCO! ¿Estoy volviendo al pasado? ¿Volveré a ser niño? ¿Puedo preguntar "por qué"? Ahora sí me interesa. ¡Ja! Porque sí. Jugar a retroceder. ¿Ganaré?
Intento recordar. Cada vez menos forma. Y, casi, menos color. Son las ocho. Los ocho recuerdos desaparecen cuando desaparece el color. Todo se olvida, se difumina hasta convertirse en BLANCO. Y Más BLANCO, más BLANCO, más BLANCO, más BLANCO, más BLANCO, más BLANCO, más BLANCO.


BLANCO.

No hay comentarios: