Alburquerque

Todo empezó una noche oscura de sol radiante.

Hacía tanto frío que Roy se puso una camiseta de tirantes y los pantalones cortos que se compró el otro día en una tienda que estaba de liquidación, una tienda de un centro comercial de las afueras, un centro comercial en crisis en el que casi todas las tiendas estaban cerradas, un centro comercial espléndido, sufriendo una crisis espléndida, magnífico centro comercial.

Antes, claro, se había levantado de un salto de la cama, perezoso como cada mañana de noche oscura de sol radiante.

Sin hambre, Roy se preparó dos huevos fritos, seis trozos de beicon, tres tostadas con mantequilla y mermelada que devoró lentamente, y un litro de zumo de pomelo, que engulló con parsimonia.

Se duchó, se secó, se lió un porro, se lo fumó, se peinó y, ahora sí, como hacía tanto frío, se puso una camiseta de tirantes y los pantalones cortos de los que hablamos.

Al salir a la calle, el sol radiante de aquella mañana de noche oscura le cegó y Roy tuvo que abrir bien los ojos debido al sol radiante del que acabamos de hablar.

Caminaba por la calle sin rumbo fijo, sin saber muy bien adónde ir, casi tambaleándose no se sabe muy bien por qué, si por el porro, por los seis trozos de beicon, por el litro de zumo de pomelo, no se sabe muy bien por qué, dijimos. Así que caminaba tambaleándose, como un majestuoso guepardo por la sabana.

Su teléfono sonó, el móvil de Roy sonó mientras éste se tambaleaba como un guepardo orgulloso. Roy sacó del bolsillo el móvil, sacó de su bolsillo su móvil no sería correcto debido a la repetición del su posesivo, así que Roy sacó del bolsillo el móvil, aunque Roy sacó de su bolsillo el móvil estaría bien, y también Roy sacó del bolsillo su móvil, pero lo dejaremos como al principio, porque ya sabemos que tanto el bolsillo como el móvil son suyos.
Así, Roy sacó del bosillo el móvil.
Miró la pantalla.
Brenda llamando.
Responder. Cancelar.
Como Roy tenía muchas ganas de hablar con Brenda, apretó rápidamente el botón de Cancelar y se volvió a guardar el móvil en el bolsillo y continuó caminando majestuoso tambaleante, quizá por el porro, por el beicon, en fin, de esto ya hemos hablado y no tiene el más mínimo interés.

Roy, ya con el móvil de nuevo en el bolsillo, llegó a su trabajo.
Aquí sí que se puede utilizar el posesivo. ¿Por qué? Porque queda bien.

Una vez en su trabajo, pasó seis horas sentado en una silla de madera observando a personas que miraban cuadros y se fue.
Al salir ya era de día y en aquella zona donde estaba situado su trabajo, un polígono industrial, las farolas habían sido magistralmente reventadas a pedradas por niños y padres y madres y abuelas, por familias enteras las farolas habían sido magistralmente reventadas, así que ahora, al salir Roy de su trabajo, de día y sin farolas, poco se podía ver en esa zona.

Caminando de vuelta a casa un coche le hizo luces y se detuvo a su lado.
El conductor bajó la ventanilla del acompañante.
Roy se acercó.
El conductor le extendió la mano en la que llevaba algo.
Roy extendió la suya esperando recibir aquello que contenía la mano del conductor.
Entonces el conductor soltó un chicle en la palma de la mano de Roy y dijo: Tíralo por ahí, anda.
A lo que Roy, lleno de rabia y furia y melancolía y amor, contestó: De acuerdo, así lo haré.

Ya en casa, se tumbó en la cama, cogió el móvil y llamó a Brenda. No lo cogió. Tres veces la llamó. No lo cogió ninguna vez, dijimos. No lo cogió. Es decir, no hubo comunicación entre Roy y Brenda. Así que Roy le envió un mensaje: Hola Brnda. Me gustaría follarte ahora mismo. ¿Es posible? Si es que sí, no vengas a mi casa. Si es que no, ya sabes donde vivo.
A los pocos minutos Roy recibió un mensaje: Su saldo actual está a punto de agotarse.

Después de un rato, da igual cuánto sea, una hora, dos, qué más da, un rato, un rato, después de un rato alguien llamó a la puerta.
Roy pensó: Esa es Brenda, que no quiere follar.
Fue a abrir.
Un hombre con camisa de franela a cuadros estaba apoyado en el marco de la puerta cuando Roy abrió. Lo hacía como quien llega cansado, o como quien está derrotado por la vida, o como quien quiere apoyarse en el marco de una puerta.
Roy le preguntó: ¿Le puedo ayudar en algo?, a lo que el hombre de camisa de franela a cuadros contestó: Me llamo Frederic y nací en Alburquerque, Nuevo México. Y Roy le preguntó: ¿No Alburquerque, Badajoz? Y el hombre de camisa de franela a cuadros contestó: No, Alburquerque, Nuevo México.
Está bien, dijo Roy. Adiós, dijo el hombre de camisa de franela a cuadros.
Antes de cerrar la puerta, Roy se quedó mirando a aquel hombre de camisa de franela que ahora se alejaba y bajaba las escaleras hacia la calle. ¿Y si no me estaba mintiendo?, pensó Roy.
Cerró la puerta y se volvió a tumbar en la cama.
Sonó el móvil.
Brenda llamando.
Responder. Cancelar.
Cancelar.

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