En el parque él siempre jugaba solo, dibujando mares en la arena.
Un día ella se le acercó y le regaló un caramelo.
Luego estuvieron jugando mucho rato, hasta que se hizo de noche y casi no se veían.
Al día siguiente ella se le volvió a acercar y le regaló otro caramelo.
Él sonrió y luego estuvieron jugando mucho rato, hasta que se hizo de noche y se les durmieron las manos.
Pero al tercer día ella no vino.
Él se quedó sentado en el banco, dibujando mares en la arena.
Cuando se hizo de noche, se fue.
Así pasaron los días y ella no venía.
Él guardaba los envoltorios de los caramelos y los olía para hacerla aparecer.
Luego, volvía a dibujar mares en la arena.
Pasó el invierno y llegó la primavera.
Pero ella seguía sin aparecer.
Y los envoltorios ya no guardaban su olor.
Una tarde, después de dibujar el mar más grande de los jamás dibujados en la arena, decidió ir a buscarla.
Se quitó las zapatillas y se sumergió en el mar que acababa de dibujar.
Buceó durante mucho tiempo.
Vio delfines, ballenas, caballos, jirafas, árboles, estrellas de mar, peces multicolores, autobuses, bicicletas y arrecifes de coral.
Todo iba a cámara lenta.
Algunas veces paraba a descansar.
Se sentaba en una roca submarina y miraba el paisaje.
Cruzó todo el mar buceando.
Cruzó todo el mar para buscarla.
Hasta que un día ella apareció.
Estaba sentada en un coral, haciendo pompas de jabón.
Él se sentó a su lado y le sonrió.
Ella le regaló un caramelo.
Él le dibujo un mar en el fondo marino.
Entonces se cogieron de la mano y se zambulleron en el mar que acababa de dibujar.
Y bucearon mucho rato.
Hasta que se hizo de noche.
hasta que se hizo de noche
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