Ancla sus manos en el cristal protector y cuando sus ojos se humedecen para desprenderse de las primeras lágrimas echa la cabeza hacia atrás como si quisiera invertir el proceso: llorar hacia dentro para no manchar el cristal bajo el cual descansa el muerto.
Aún así, RIGOBERTO no está seguro de que en ese ataúd esté realmente su amigo. Una persona le parece algo demasiado grande como para caber en esa exigua caja de madera. A pesar de ello, él había acabado con su vida mucho antes de que su corazón dejara de bombear sangre, mucho antes de que su cerebro dejara de albergar los impulsos eléctricos que creaban ese universo llamado DARL. RIBOBERTO sigue mirando hacía arriba para no llorar. Mira al techo porque no cree que más allá haya cielo alguno.
A su espalda está el otro hombre que presencia el velatorio. Sólo son dos. Y el cadáver. BURMÁS no mueve ni un solo músculo de su cuerpo. Rígido, preso de una tensión desproporcionada, mira al suelo como si quisiera desaparecer en él. Espera encontrar una pequeña grieta en las baldosas para bajar al infierno y cruzar las llamas con la esperanza casi esquizofrénica de no encontrar en las entrañas de la tierra a su amigo DARL.
RIGOBERTO (como saliendo de un breve sueño). Si todo el mundo tuviera un tercer brazo, Burmás... ¡ay si todo el mundo tuviera un tercer brazo!
BURMÁS (desabrido, molesto por la intervención de RIGOBERTO que ha roto el hilo de sus pensamientos). ¿Un tercer brazo? ¿Para qué tendría alguien que tener un tercer brazo?
RIGOBERTO. Por eso. Por eso mismo se me ha venido a la cabeza esa idea descabellada. Si todo el mundo tuviera un tercer brazo y con él una tercera mano con la que permanentemente sujetará una pistola que apuntará a su cabeza... ¿sabes que pasaría?
BURMÁS (seco). Me da igual. No es el momento.
RIGOBERTO. Sí, lo es. Burmás, aquí no hay nadie. Es el momento.
BURMÁS. Aquí está Darl.
RIGOBERTO (presionando sus puños contra el cristal). ¡Aquí no hay nadie!
BURMÁS. Mierda, Rigo. Mierda.
RIGOBERTO (recalcitrante). ¿Sabes que pasaría? Si todo el mundo tuviera una tercera mano con una pistola permanentemente apuntando a su cabeza... ¿sabes que pasaría?
BURMÁS (irritado, queriendo resolver cuanto antes). ¿Qué pasaría?
RIGOBERTO (empezando con un susurro y levantando el tono de voz muy poco a poco, de manera casi agresiva). Pues que no existiría ese "todo el mundo". No habría humanidad. Por voluntad propia, en un momento u otro, la gente apretaría el gatillo y se volaría la tapa de los sesos. Así, por cualquier cosa. Yo mismo lo haría. Lo haría por cualquier tontería. Sólo necesitaría un pequeño motivo, da igual cuál fuese siempre y cuando me provocara una de esas sensaciones de furor. Uno de esos arrebatadores impulsos... ¿Sabes de lo que te hablo? Por tres segundos te hierve la sangre, contraes tu mandíbula y algo se contrae dentro de ti... Apretaría el gatillo una y cien mil veces... Y no podría arrepentirme porque estaría muerto. Si, en cambio, pudiera pensar después de hacerlo seguro que me parecía la tontería más grande del mundo. Pensaría: ¡cómo pudiste hacerlo pedazo de inútil! No hay nada más importante que la vida... mi vida... y... (voraz) en cambio, hay momentos, instantes, milésimas de segundo, que la vendería... ¡mi vida! la vendería por darme el placer de abordar a la nada. Porque sí. Por destruir. Por... por morir. Por la más absoluta nimiedad. Bueno, nimiedad, por ese mismo tipo de nimiedad que se acumula con tantas otras nimiedades y que hace de una persona inteligente, sensible, un drogodependiente a los sesenta años. Simplemente, llevas sesenta años llevando una vida normal y de repente necesitas el Prozac como el comer. Eso si no te pegas un tiro o te cuelgas en el porche de tu casa. ¡A los sesenta años! Yo no tengo porche, quizás es una idea demasiado...
BURMÁS (sin poder aguantar más la verborrea de su amigo. En un tono lastimoso). ¿Por qué piensas en eso ahora? Darl acaba de morir...
RIGOBERTO (como repitiendo una voz interior). Darl acaba de morir...
BURMÁS. ¡Rigo! ¡Basta! ¿No puedes guardar silencio? ¿No puedes llorarlo en silencio?
RIGOBERTO. No. Sabes que no me puedo callar. No puedo. Me aterra el silencio. Y aquí más. Tengo la impresión de que si dejo de hablar y esto se queda en silencio, Darl empezará a torturarme. Empezará a hablar y a decirme... y a preguntarme... Rigoberto, ¿por qué no hay nadie en mi entierro? ¿Por que sólo estáis vosotros, mis amigos del alma? Y yo... yo no sabría qué decirle... la droga...
BURMÁS. ¡Calla!
RIGOBERTO. Lo siento. Lo siento, Burmás. Intentaste ayudarlo.
BURMÁS (rugiendo). Cállate. Tú no sabes nada.
RIGOBERTO. Sé lo que tengo que saber. Esto también ha sido un palo muy duro para mí. Y sé lo que significa para ti. Lo siento tanto, Burmás. Pero era el destino... era lo que le tenía preparado a Darl, no hay más remedio que asumirlo... es el destino lo que ves al otro lado de este cristal.
BURMÁS (paralizado por una extraña sensación. Sin comprender). ¿El destino?
RIGOBERTO. Sí... las drogas lo destruyeron. Estaba escrito que esto acabaría así. Su familia renuncio a él... sus amigos... su mujer. Sólo quedamos tú y yo. Y tú intentaste que trabajara en el taller donde trabajas. ¿Cuánto duró? ¿Seis meses?
BURMÁS (con un hilo de voz apenas audible). Cinco meses, quince días, dieciocho horas... en el taller...
RIGOBERTO. ¿Cinco meses has dicho?
BURMÁS. Sí. Eso. Eso he dicho. Cinco meses.
RIGOBERTO. Demasiado duro el taller para él.
BURMÁS (apunto de echarse a llorar). Demasiado duro...
RIGOBERTO: Demasiado sucio...
BURMÁS. Demasiado sucio...
RIGOBERTO. Demasiado...
DARL (voz aterradora que retumba en el ataúd). ¡BASTA!
BURMÁS (aterrado por las palabras del muerto da un salto). ¡¿Qué?!
RIGOBERTO (girándose asustado por el grito de BURMÁS). Pero, ¿qué te ocurre? ¿A qué ha venido eso?
BURMÁS (petrificado, señalando el ataúd). Él... él... él...
RIGOBERTO. ¿Él? ¿Qué?
BURMÁS. Él, él... él ha habl...
DARL (con voz estentórea) ¡BASTA! ¡BASTA, BURMÁS!
BURMÁS (resignado, preso en una especie de delirio). Sí... basta... Darl... basta...
RIGOBERTO. ¿Pero te has vuelto loco? ¿Qué te ocurre?
BURMÁS. Yo... Él...
DARL. ¡BASTA he dicho! ¡BURMÁS! Tú no trabajas en un taller...
BURMÁS. Yo no trabajo en un taller...
RIGOBERTO. ¿Qué? ¿A qué viene eso? ¿Dónde trabajas sino?
DARL. Es sólo una mafia...
BURMÁS. Es sólo una mafia...
DARL. La droga... tu me metiste en ese mundo....
BURMÁS. La droga... yo te metí en ese mundo...
RIGOBERTO. ¿A quién? ¿A Darl? ¿Tú? ¿En la droga?
DARL. Tú me destruiste...
BURMÁS. Yo te destruí...
RIGOBERTO. ¿Qué? ¿Pero con quién hablas?
DARL. ¡BASTA!
BURMÁS. ¡Basta!
DARL. Fuiste tú...
BURMÁS. Fui yo...
RIGOBERTO. ¿Tú qué?
DARL. Tú me mataste...
BURMÁS. Yo te maté.
RIGOBERTO. ¿Qué? ¿Por qué? No. No me vengas con esas. Tú no, tú no lo mataste. ¿Con quién hablas?
DARL. Te pagaron para que lo hicieras...
BURMÁS. Me pagaron para que lo hiciera...
RIBOBERTO. No, no... no digas tonterías.
DARL. Yo os quise engañar...
BURMÁS. Él nos quiso engañar...
DARL. Yo estaba acabado, yo estaba muerto de todas maneras...
BURMÁS. Tú estabas acabado de todas maneras... tú... tú... (haciendo un ímprobo esfuerzo) tú estabas muerto de todas maneras.
BURMÁS abre los ojos de par en par y se mantiene a la espera. Sólo recibe silencio del ataúd. Poco a poco comprende que todo se ha terminado. De repente sus piernas le fallan y cae al suelo. Adoptando una posición fetal emite un grito desgarrador y empieza a llorar desconsoladamente. RIGOBERTO ha dejado de apoyarse en el cristal y se ha vuelto hacia BURMÁS. No para de repetir una y otra vez lo mismo.
RIGOBERTO. No, tú no. No. Pero, ¿por qué? ¿por qué? ¿por qué? ...
BURMÁS (balbuceando entre gemidos). Nunca pensé en hacerlo... No. No lo iba a hacer, no... Él tuvo un mal gesto... él... delante mío... tuvo... y yo... y en mí... el se echó a reir... en mí un impulso. Un impulso fatal. ¡Y el dinero!
RIGOBERTO (Las palabras de su amigo le suenan a algo que ha dicho, pero no es capaz de conectar con la realidad, ni siquiera con el pasado más inmediato. Todo ha sido muy rápido, la estructura que se ha alzado durante años se ha deshecho con demasiado celeridad. Intenta recuperar el aplomo en vano). ¿Un impulso? ¿Un impulso?
BURMÁS sigue llorando. Palpa todo su cuerpo con sus manos temblorosas. Busca su tercer brazo, su tercera mano y su pistola. No la tiene. Tampoco tiene porche, ni valor. Lo único que tiene es la seguridad de que no habría arrepentimiento si lo hiciera. Ahora su vida desaparecerá con las cenizas de DARL. Polvo, vida y más polvo. Y, quizás, gracias al médico, quilos de Prozac.
Dos hombres y un ataúd.
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