Fiesta en la Mansión Q

Aquella noche se celebró el aniversario de la bienaventurada Monie Q. 18 años. La gran mayoría de los invitados habían cuidado su aspecto al máximo: trajes caros e impecables, peinados de treinta dólares y, algunos de los familiares de Monie, ostentaba alguna piedra preciosa. Los mortales como yo, con nuestra elegancia innata, no necesitábamos parecer árboles de navidad.

Allí me encontré con Roofy, mi compañero de juergas desde que tengo memoria, junto a la mesa de los montaditos.
- ¡Ahí estás! ¿Cómo te va?- le dije y nos dimos un fuerte abrazo.
- Sabes que bien, tío. Qué “mona” va Monie.- sus ojos se desviaron hacia un grupo de muchachas junto a unas cortinas azules. Se apoyó en mí y ladeó la cabeza hacia ellas- Dichosos los ojos,- asentí sonriente.- veinte a uno a que la de la derecha lleva relleno en los pechos.
- Vaya, ¿no es Alice?
- Sí, eso parece. Ahora no se junta tanto con Monie, será que ha madurado.- una cabeza apareció entre nosotros.
- Hola canijos.- espetó Terence.- Probad esto,- dijo mostrando un pedazo de empanada que sostenía con los dedos pringosos, aunque gran parte de ella se encontraba ya alrededor de los labios.- Están junto a las cortinas azules.

Al cabo de un rato, mientras acechábamos por la zona de las cortinas azules, la madre de Monie decidió que había llegado el momento de abrir los regalos que los invitados nos habíamos molestado en comprar. Y lo típico, sus amigas del alma le compraron algo que la hizo gritar de ilusión y se abrazaron durante tanto rato que me dio tiempo de ir a comer algún canapé más. Entre varios habíamos reunido algo de dinero para comprarle un detalle, más por compromiso que por otra cosa. Su reacción fue una resplandeciente sonrisa, un “muchas gracias, de verdad” y dos besos; supongo que fue justo. Cuando terminó de abrir los últimos paquetes, los de sus familiares, se hizo el brindis por la salud y la felicidad de la bienaventurada Monie Q. En aquel momento, las copas chocaron y un temblor extraño sacudió la sala de celebraciones. Entonces mi amigo Roofy desapareció de mi lado. Los demás invitados comenzaron a correr y a dar gritos como locos, entre empujones y codazos. A los pocos segundos, parecía que un torbellino hubiera azotado la sala de celebraciones.

Todos desaparecieron, menos yo, que me quedé de pie en medio de la sala vacía, como el que no ha entendido el chiste, paralizado por la confusión. De repente me entró un miedo difícil de describir, me contagiaron aquella necesidad de refugio de la que estaban poseídos los invitados, así que busqué un lugar donde ocultarme. Pero no lo encontré. Abría armarios y estaban ocupados, revisaba tras las cortinas y encontraba a la gente con los ojos cerrados, rezando. ¿Amy, la gótica, rezando? ¿Terence, el machaca-huesos del colegio, llorando? No debía perder la calma. Al fin y al cabo aquello era de locos. ¿Por qué estaba todo el mundo tan asustado?

Finalmente pude notar que una presencia extraña había invadido el lugar. Un hedor nauseabundo llegó a mi como un golpe bajo, me doblegó y me obligó a seguir caminando con la nariz tapada. Ya había sentido aquel olor antes, durante una extraña pesadilla. Pero era imposible, ¿acaso podemos distinguir los olores en nuestros sueños? Fue uno de aquellos momentos en los que sucumbes a la paranoia, te sientes acosado por tus pesadillas y notas que no puedes hacer nada para escapar. Las luces parpadearon. Recorrí el pasillo del segundo piso con la esperanza de poder esconderme. Podía escuchar las respiraciones agitadas de los demás tras las paredes. Leves gemidos que surgían de todas partes. Pero lo peor era aquel silencio y la ignorancia que lo alimentaba. Aquella peste durante mi pesadilla había parecido tan real.
Finalmente encontré a Roofy. Quería respuestas y él me las iba a dar. ¡Joder si me las iba a dar!

- Roofy, ¿qué sucede? ¡Contesta, Roofy!- grité.- ¿A qué viene todo esto? No me hace ninguna gracia.- trató de decirme algo, pero no pude comprender su balbuceo. Sus ojos estaban absortos. Se quedó sentado en el suelo y levantó la mano para señalar con el dedo algo que estaba detrás de mí. Me giré y descubrí horrorizado al demonio de peluche gigante. No podía mover un músculo mientras se acercaba y su sombra oscurecía mi insignificante cuerpo. Me abrazó con sus gruesos brazos y me ahogué en sus blandos pliegues de algodón.


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