Nadia

Sus padres pintaron la habitación de color azul porque creyeron que iba a ser un niño.
Pero fue niña.
Entonces volvieron a pintar la habitación, esta vez de rosa.

La llamaron Nadia, por la gimnasta.
Aunque ella nunca mostró simpatía por el rosa, sus padres se empeñaron en abastecerle de complementos de este color, desde la ropa hasta la carpeta del colegio.

Cuando cumplió los doce años, un compañero de clase le dejó un álbum de Joy Division.
Aquello fue un auténtico shock.
Nadia quedó totalmente fascinada por aquella voz, aquella música que parecía venir del más allá.
Se empezó a interesar por el grupo de una forma casi enfermiza.
Los colores rosáceos de su ropa de niña fueron sustituidos por los oscuros, negros y grises principalmente.
Sus padres, ellos que habrían preferido una niña de dibujos animados, veían entrar por la puerta, sentarse a cenar, caminar por la casa, a una sombra.

Al año siguiente, un fin de semana que los padres no estaban, Nadia pintó de negro la habitación.
Como todos aquellos complementos rosas provocaban un efecto extraño a la vista, decidió quitarlos y guardarlos en el altillo.

Ahora la habitación era un agujero negro en casa.
Se tumbó en la cama y puso un disco de Joy Division.

Cuando sus padres llegaron y entraron a la habitación, no se lo podían creer.
Nadia había pintado las paredes, el marco de la ventana y del espejo, la silla, la mesa, la papelera, incluso el suelo.
Una sábana negra cubría la cama y el disco todavía sonaba.
Pero ni rastro de Nadia.

Se pusieron a buscarla por todos los rincones de la casa, por el jardín, preguntaron a los vecinos, nadie había visto a la niña.

Aunque la niña no se había movido de donde estaba.

Allí, tumbada en la cama, rodeada de oscuridad, Nadia tarareaba la última canción.

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